Hoy es 8 de marzo, otro 8 de marzo más, en el que las asociaciones de mujeres, sumadas o no, a todas las administraciones públicas, celebran, conmemoran, rememoran con más o menos solemnidad, el día de la mujer trabajadora. He de decir, ante todo, que por principio estoy en contra de este día, como de cualquier otro día en iguales circunstancias; me explico: no tendría que hacer falta que este día se celebrara, porque viviéramos ya en una sociedad normalizada, cosa que por desgracia no ocurre.
Nos encontramos con mujeres jóvenes, y otras que no lo son tanto, que dan la batalla por ganada, y que utilizan frases del tipo “ahora ya no hay problemas”, “ahora ya somos todas las personas iguales”, etc. Legalmente sí, la Constitución Española en su Art. 14 así nos lo garantiza pero, cambiar una ley, aunque no sea cosa fácil, no tiene nada que ver con cambiar el pensamiento, la cultura y la educación de los pueblos que llevan miles de años despreciando a las mujeres, por ser eso precisamente, mujeres. No haré una larga enumeración de todos los agravios que padecemos: invisibilidad, trabajo no remunerado, igualdad de trabajo pero con menos sueldo, malos tratos… etc. Lo que quiero destacar es que para conseguir las metas hace falta la unión social. Me refiero a interiorizar este problema por toda la sociedad en general, hombres y mujeres. Estoy convencida que, mientras la igualdad real no exista , no habrá justicia social. Me paro a escuchar los discursos de la clase política, que aunque diferentes en este tema todos coinciden, que pena, señores el camino se demuestra andando. Me quedo perpleja cuando veo a mujeres, que se dicen feministas, intentando reproducir los mismos roles masculinos que critican y me quedo más perpleja todavía cuando escucho a los hombres decir que ellos sí ayudan a sus mujeres. ¿Perdón? pero me entra la risa, irónica por supuesto. ¿Ayudan a qué? ¿A limpiar?, ¿a cocinar? ¿A ir a la compra?, ¿con las criaturas?. ¿Ayudan? Y yo que pensaba que era un trabajo tanto del hombre como de la mujer, ¡Ay! Qué engañada que estaba… Señores, se ayuda a alguien que lleva la carga a soportarla. Cuando esto corresponde a las dos personas, nadie ayuda a nadie, el trabajo se hace entre los dos y punto. Esto es como si yo le dijera a mi compañero si quiere que le ayude a lavarse los dientes, ¿o no?. Yo creo que las mujeres no nacimos con el “gen-escoba”, pero a lo largo de cientos y cientos de años nos han hecho creer que así era. La presión social, la educación y la cultura, pesan como una lacra sobre nosotras. No hablemos de la iglesia católica, que es la que conozco, con ese afán perpetuo por evitar que asomemos la cabeza al mundo, por seguir queriendo mantenernos en el papel de la esposa y madre abnegada, sacrificada y perfecta, ¡pandilla de hipócritas manipuladores!.
No puedo por menos que pararme un poco en el tema del lenguaje no sexista. Tengo que decir que algunos excesos nos llevan al ridículo, pero cuidado, lo que no se nombra no existe, lo que no se escribe o no se dice se hace invisible. Seamos consecuentes y nombremos a las mujeres y a los hombres. Repito, no es necesario hacer el ridículo feminizando o masculinizando palabras, pero tenemos un idioma rico, usémoslo y demos a cada cual su lugar.
Quiero decir que me adhiero, a pesar mío, a la celebración del 8 de marzo, que es mi deseo que algún día desaparezca, que espero escuchar a menos gente con buenas intenciones y más personas implicadas. En definitiva, aspiro a vivir en una sociedad normal, justa, y equilibrada. Una sociedad de hombres y mujeres, porque señores, no lo olviden, si ustedes no hacen nada la sociedad no avanzará y seguro que todas las personas tenemos padre y madre, quizá hijas, hermanas, etc. Aprendan a ponerse en nuestra piel y a meterse en nuestro papel.
Lola Celdrán
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